Los desafíos que impone la sequía en la región de Coquimbo
Avanzar en la eficiencia de la distribución y uso del agua, evaluar en forma más realista los proyectos frutícolas y producir más en menos superficie son aprendizajes que permiten afrontar las tareas pendientes, como desarrollar una estrategia productiva regional a mediano y largo plazo, recambiar variedades y especies y atraer financiamiento.
Gabriel Varela lleva cinco años como gerente general del fundo El Arenal, en los alrededores de Vicuña, en el valle del Elqui, como socio gestor del fondo de inversiones Agro Desarrollo (administrado por Sembrador Capital de Riesgo). En conjunto han desarrollado un proyecto de 120 hectáreas de frutales -divididos entre uva de mesa, cítricos y granados-, de los cuales buena parte fue plantada entre 2012 y 2013, justo en medio de la peor sequía que ha afectado a la Región de Coquimbo, que recién el año pasado dio tregua luego de las lluvias invernales.
La decisión de optar por la fruticultura en esa zona no fue casualidad o una apuesta osada, sino que incluyó un estudio detallado de los suelos del campo, análisis de las tendencias de los mercados internacionales, la incorporación de sensores de humedad, telemetría y nuevas variedades en las distintas especies. De hecho, en el caso de los granados, la espera por tener un volumen suficiente de plantas los retrasó un año.
«Ha habido una diferencia en la forma de enfrentar las cosas. Normalmente, las personas parten por comprar un campo, pero aquí lo primero fue ver qué se podía desarrollar y en qué condiciones, y a partir de eso se hizo lo demás», explica Gabriel Varela.
El Arenal es un modelo de la agricultura que viene para Coquimbo tras la sequía, ya que fija a la gestión del agua como eje central, incorpora una fórmula de financiamiento poco tradicional para el sector, con inversionistas, y aprovecha el potencial de la región para producir fruta temprana y de calidad, con el recambio de especies y variedades, elementos que resumen los principales desafíos que enfrentan los agricultores.
Si bien las lluvias del invierno del año pasado aliviaron la inquietud por la poca disponibilidad de agua, no se espera que representen un cambio de tendencia para los próximos años, por lo que la distribución del agua para riego se ha mantenido en los mismos niveles o similares a los que hubo en la temporada anterior, con el objetivo de asegurar el recurso para este año y el próximo.
«Algunos agricultores reclaman porque no estamos entregando más agua, aún cuando ven que hay más en el embalse, pero una de las cosas que aprendimos fue a ser responsables, ya que antes nos faltó tener visión y se malgastó el agua… La eficiencia ha sido una lección que nos dejó la sequía», comenta Cristian Pinto, director de la primera sección de la Junta de Vigilancia del Río Elqui y presidente de la Asociación de Pequeños Agricultores del valle.
Su proyección hace sentido con las expectativas climáticas que vienen para la región, ya que se espera que este año y el próximo sean más secos que 2015, debido a la probable llegada del fenómeno de La Niña, que normalmente sucede a El Niño y está asociada a bajos niveles de lluvia.
«El escenario que viene es que sigue la tendencia de los últimos años, asociado al proceso de desertificación que enfrentamos. Cuando estás saliendo de un evento fuerte de El Niño, uno esperaría un otoño seco y hasta ahora estimamos que las temperaturas van a estar muy altas al menos hasta abril», proyecta el meteorólogo del Centro de Estudios Avanzados de Zonas Áridas (Ceaza), Cristóbal Juliá.
También considera que un buen parámetro para decir que un año fue lluvioso es que se llene el embalse Paloma, lo que no ocurrió en 2015 y que actualmente está a un tercio de su capacidad, que es de 750 millones de metros cúbicos. Algo que sirve como una advertencia de que la menor disponibilidad de agua es una tendencia que impone nuevas tareas.
Menos superficie, más producción
La escasez de agua ha sido transversal en los últimos siete años, pero la provincia del Limarí ha sido la más afectada, ya que concentra la mitad de la superficie bajo riego y, por lejos, la mayor superficie destinada a la producción de frutas de la región. Según el catastro del Ciren, del Ministerio de Agricultura, entre 2011 y 2015 tuvo una pérdida de 2.472 hectáreas de frutales, una caída de 13%, quedando en 19.255,7 hectáreas en producción.
Por su parte, las estimaciones de la Sociedad Agrícola del Norte (SAN) dan cuenta de una disminución de 73% en la superficie bajo riego en esa provincia, con lo cual hoy habría 19.549 hectáreas con agua disponible para cultivos, mientras que en Elqui prevén que se dejaron de regar 10.870 hectáreas, una baja de 40%.
Los datos dan cuenta una encrucijada difícil para los productores: optar entre reducir el tamaño de sus huertos o desaparecer. El fruticultor Ulises Contador eligió lo primero en el fundo Las Mercedes, cerca de Ovalle, y de sus 110 hectáreas de frutales, divididas entre paltos, limones, naranjos y flores, hoy solo mantiene 37 hectáreas.
La decisión de podar a tocón sus naranjos y paltos fue el resultado de un análisis de cuánto producía cada cultivo por metro cúbico de agua y su rentabilidad en dólares. Dice que fue difícil, pero que «hacer la pérdida» a tiempo lo salvó de perder todo.
«Hoy estoy haciendo un recambio en dos sentidos: de paltos por paltos, buscando variedades nuevas, más productivas y estables, más la recuperación de una parte antigua y, eventualmente, cambiar a otro cultivo, como los limones, mientras la producción que está muere y así hago un enroque. No es algo que me permita crecer, sino que solo llegar a recuperar algo», detalla, en una estrategia que busca mejorar en calidad y productividad, al no poder hacerlo en superficie.
«Creo que eso es para todos. Tienen que concentrarse y hacerlo lo mejor posible para tener buenos resultados… El año pasado demostramos que con el 40% de la superficie ganamos el 80% de lo que obteníamos con el total en producción», destaca Ulises Contador, y afirma que con eso no tuvo problemas para pagar sus deudas.
Atraer recursos
El productor de hortalizas Claudio Valencia, quien tiene 15 hectáreas de lechugas, apio, porotos verdes y otras verduras con su suegro en la zona de Pan de Azúcar, en última sección del río Elqui, recuerda que hace un par de años sintió impotencia al ganar un bono de la Comisión Nacional de Riego (CNR) para revestir con geomembranas un tranque, por unos $50 millones, el que no pudo usar porque el banco tardó seis meses en decirle que no financiarían la parte que él debía aportar. «Nos dijeron que el sector agrícola era muy riesgoso y que no lo iban a financiar, y como faltaba muy poco para que venciera el bono no alcanzamos a ir a otro banco, y lo perdimos», relata.
Comenta que su caso se ha repetido entre otros hortaliceros -solo en el mismo canal del cual riega estima que hay unas cien parcelas dedicadas a este rubro, que envían casi toda la producción a Lo Valledor-, ya que es un negocio más informal que la fruticultura, donde una parte de las ventas no se factura y en muchos casos se arriendan tierras, por lo que cuesta respaldar los estados financieros.
Junto con la lluvia, el financiamiento ha sido uno de los elementos más esquivos para la agricultura de la IV Región en los últimos años en los distintos rubros, lo que ha retrasado el recambio de variedades y las modernizaciones que quieren concretar los productores.
Frente a esa dificultad, Ulises Contador cree que uno de los desafíos que enfrentan los agricultores es asumir que la región hoy representa un riesgo mayor para la banca que hace diez años, lo que deben incorporar en las evaluaciones de los proyectos, algo que ve como un aprendizaje de la falta de agua. «Yo creo que nadie en su ecuación proyectó tener ocho años de sequía, eso solo se sabe ahora, pero de aquí para adelante se debe incorporar como factor… Hay gente que este año ha sido muy optimista y está apostando mucho sin saber bien qué cantidad de agua tienen», advierte.
Un diagnóstico similar tiene el director de la SAN José Corral, quien cree que la región sigue teniendo una posición atractiva en términos de oportunidad de mercados a nivel internacional y que los productores que no fueron capaces de sacar lecciones para mejorar su gestión deberían salir del rubro.
«El diagnóstico está y las soluciones también, pero nos faltan los recursos. Si no hay recursos reales para reconvertir a la región vamos a seguir así… Para desarrollarnos necesitamos contar con instrumentos diferentes a los que existen, los que deberían ser público-privados, por el impacto que tiene la actividad en la región», plantea.
Una alternativa al financiamiento tradicional es que los productores se abran a buscar socios o capitales extranjeros, como el fondo de inversión en el que participa Gabriel Varela. Sin embargo, el nivel de exigencia que se requiere en términos formales hace que, hasta ahora, sea viable solo para algunos agricultores.
«Hay mucho interés de inversionistas extranjeros, pero casi ningún productor está preparado para recibir esos recursos, porque tienen que transformarse en una empresa que cumpla con estándares internacionales y no tener deudas… El mundo está ávido de invertir en Chile y quien lo consiga puede tener un gran negocio a futuro. Creo que el gran desafío que tenemos es salir a buscar esos recursos», plantea José Corral, quien también es fruticultor y gerente zonal de Subsole, compañía que formó junto a LarrainVial la primera administradora de fondos de inversiones orientada a la innovación agrícola, Sembrador Capital.
Eficiencia hídrica
Durante la última sequía, tanto productores como gremios reconocen que, prácticamente, no hubo ningún agricultor que no haya realizado mejoras en sus predios. Sin embargo, falta por avanzar, especialmente en la modernización de sistemas de riego y en el revestimiento de canales y embalses intraprediales, para asegurar que todos reciban el volumen de agua que les corresponde.
Uno de los principales problemas que reclaman las juntas de vigilancia es que, en materia de riego, tienen que competir en concursos públicos con todas las regiones del país, algo que -según plantean- se debería cambiar por una distribución de los recursos a nivel local.
Otro punto que consideran necesario revisar es cómo avanzar en las mejoras de los canales, ya que si solo se hace una obra en una parte, las pérdidas de agua se mantienen. «Lo ideal sería arreglar los canales de a uno, pero completos, porque si no quedan regantes a los que no les llega agua. Ese tipo de políticas faltan», comenta Cristian Pinto.
En términos concretos, dice que en Elqui tienen 630 kilómetros de canales y, al calcular cuánto podrían mejorar si se adjudican todos los recursos disponibles, solo se pueden entubar seis kilómetros al año.
Junto con esos cambios pendientes, el profesor de gestión de recursos hídricos de la Universidad de La Serena Pablo Álvarez, si bien reconoce que los productores hoy están mucho mejor preparados para enfrentar una sequía, cree que es necesario que incorporen el concepto de «agricultura racional», teniendo al agua como centro de la toma de decisiones.
Para eso desarrollaron el sistema WEAP, que incorpora distintos datos ambientales, como humedad, temperatura, precipitaciones y otros, para predecir la cantidad de agua que cada productor tendrá disponible durante la temporada de riego en la cuenca del Limarí, lo que están replicando para Elqui.
«Con eso, los agricultores pueden saber varios meses antes de que la temporada ocurra, lo que va a pasar durante toda la temporada de riego», detalla.
Desarrollar una estrategia
Si bien las lluvias del último invierno dieron un respiro, el proceso de desertificación que proyectan los meteorólogos y los dos años con bajas precipitaciones que se prevén hacen que la escasez de agua no sea momentánea, sino que una nueva realidad.
Hasta ahora han estado los recursos del Estado y los esfuerzos de los privados para avanzar en eficiencia, pero los productores reclaman que aún no se planeado una estrategia de largo plazo para abordar el nuevo escenario ni un modelo de desarrollo agrícola para la región, algo que ven como uno de los principales retos.
«La gran lección fue que no podemos vivir eternamente con las condiciones que sufrimos ni con las ilusiones muy altas. Tiene que haber un término medio prolijo, consensuado entre todos, que nos dé la posibilidad de seguir siendo agricultores», propone la presidenta de la SAN, María Inés Figari.
El punto de partida para eso sería unificar las estadísticas del Ministerio de Agricultura y la SAN para establecer un escenario común sobre el cual trabajar, tanto en términos de hectáreas productivas dañadas por la sequía como en disponibilidad real del recurso hídrico.
«Sobre esa realidad hay miles de diagnósticos y tenemos que llegar a uno común, porque falta mirar al sector como motor productivo de la región. Esa mirada estratégica ha sido muy escasa», plantea José Corral.
Como punto a favor, los productores destacan que la sequía logró generar mayor participación en las actividades de las asociaciones agrícolas, como las juntas de vigilancia, lo que los hace sentir más fuertes ante la nueva etapa. «Yo pido que sigamos unidos, porque es la única forma de seguir avanzando. La sequía demostró que teníamos que unirnos para levantar lo que necesitábamos y tenemos que seguir haciéndolo así para mantenernos competitivos», recalca María Inés Figari.
72.772 hectáreas productivas de la región aún no cuentan con sistemas de riego tecnificado, estima la SAN.
2.085 hectáreas disminuyó la superficie con frutales en la región entre 2011 y 2015, según el Ciren.
37 mil hectáreas, aproximadamente, se destinan a la producción de hortalizas y cultivos anuales.
Fuente: Revista del Campo
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