Desierto de Atacama: Un laboratorio para el futuro del agro
“Los remedios extremos son muy apropiados para las enfermedades extremas”. Esta frase que Hipócrates acuñó en el siglo V a.c. se hace vigente ante la crisis hídrica que enfrentamos hoy. La sequía no sólo representa un desafío de adaptación para nuestra agricultura, sino también para nuestra manera de hacer y pensar. Pareciera que necesitamos llegar al límite para detenernos, reflexionar y tomar acción sobre ellas.
Chile es conocido en el mundo por su riqueza agroalimentaria, una especie de “jardín del Edén” que, producto de su geografía, conocimiento y trabajo, nos ha permitido lograr resultados productivos competitivos. Sin embargo, el cambio climático ha llegado a romper el equilibrio biológico en el que hemos vivido y nuestro territorio está siendo desafiado por su dependencia de las condiciones térmicas, concentración de CO2 y del régimen de las precipitaciones.
Frente a este ya instalado desequilibrio, como país deberíamos hacer, a lo menos, tres cosas: aprender del pasado (para entender por qué se perdió el equilibrio y, con eso, no repetir los mismos errores), actuar en el presente (para mitigar y/o adaptarnos al nuevo equilibrio en proceso de instalación) e imaginar futuro (para tener un “hacia donde” dirigirnos).
Quizás ha sido producto de nuestra manera de pensar y actuar coyuntural, que no reconocimos, a tiempo, al desierto de Atacama como un espacio de oportunidades (y no de restricciones) para nuestra agricultura. Mirar el norte como un activo agrícola, como un laboratorio natural, se relaciona con algo que CONICYT (actual ANID) venía diciendo desde hace ya unos años.
Aguilera y Larraín (2018) señalan que los laboratorios naturales son una singularidad o anomalía del entorno que atrae la atención de la ciencia mundial y, cuando ocurre en países emergentes como el nuestro, otorga ventajas comparativas que no son replicables en otros lugares o contextos.
Como Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y en alianza con nuestras Secretarías Regionales de Agricultura de Tarapacá y Antofagasta, reconocimos esta oportunidad y la transformamos en la Hoja de Ruta del Laboratorio Natural para la Agricultura en el Desierto. Hoja de Ruta que, trabajamos en alianza con CORFO y Transforma Alimentos, se tradujo en el punto de partida de una serie de acciones orientadas a fomentar y aprender de una agricultura adaptada a condiciones extremas.
A la fecha ya estamos ejecutando las primeras acciones y, además, estamos orgullosos de ver cómo el Sistema Nacional de Innovación se está alineando bajo un concepto común para alcanzar, de manera mancomunada, este propósito mayor. Así, por ejemplo, ya está activa la iniciativa Corfo denominada “Programa de desarrollo tecnológico para la agricultura de zonas áridas” que impulsa un portafolio de proyectos que buscan abordar en forma integral y colaborativa las principales brechas del sector para lograr su consolidación económica. Esta iniciativa considera un presupuesto de $4.000 millones y será ejecutada por un consorcio de importantes actores publico/privados. Además, está planificada otra iniciativa Corfo denominada PTI «Agricultura sostenible y alimentos con valor agregado en el desierto de la región de Antofagasta” que considera la ejecución de doce iniciativas de inversión que movilizarán recursos por más de $4.000 millones entre 2021 y 2027.
Como es posible apreciar, lo que partió como una reflexión local, hoy está movilizando esfuerzos a nivel macrozonal. No obstante, no dejo de pensar en “cómo no lo vimos antes”. Éste es un ejemplo de que cuando el equilibrio se rompe, no sólo deberíamos actuar en el presente y desde la coyuntura, sino también aprender sistemáticamente del pasado e imaginar disciplinadamente futuro para, por qué no, mirar a nuestro desierto como si fuera un jardín del Edén.