O’Higgins y Maule siguen creciendo de la mano de la tecnología y la innovación
Concentran la mitad del terreno regado del país y son las grandes exportadoras de fruta de Chile. Se ha tecnificado al máximo para hacer frente a la escasez de agua y de mano de obra y ahora quieren conquistar nuevas tierras para seguir la expansión. No es una tarea fácil, pero sienten que no es imposible.
En conjunto suman más de 500 mil hectáreas regadas. Algo así como el 50% de lo que posee el país y en las que conviven armónicamente algunos cultivos tradicionales con el corazón frutícola de Chile. Son las regiones de O’Higgins y el Maule, donde las cuencas de los ríos Cachapoal y Maule son responsables de la mayoría de la fruta y vinos producidos y exportados por Chile a más de 100 países.
Son campos donde abunda la tecnología. Pivotes extensos capaces de regar 100 hectáreas de maizales de una sola vez. Aspersores que se activan para proteger la fruta de heladas intempestivas. Largas extensiones de cerezos y arándanos cubiertos de lonas y mallas, para evitar enfermedades y hacer frente al calor que acarrea el cambio climático. Centrales meteorológicas en gran cantidad de campos para medir temperatura, humedad y predecir heladas con la precisión de un reloj. Riego tecnificado en cada vez más amplias plantaciones, monitoreado y controlado a distancia desde teléfonos celulares. Cada vez mayor presencia de máquinas de cosecha para hacer frente a la creciente ausencia de mano de obra. E incluso, ya se están utilizando máquinas que preparan la tierra y realizan la plantación de un cultivo, como el de tomates, sin mayor intervención del hombre.
El deseo por crecer se nota en cada espacio. Los agricultores de la zona saben que aún queda mucho terreno desaprovechado. Que el secano costero está esperando como una mina de oro para ser descubierto, que la tierra y el clima le permitirían trabajar cualquier cultivo y que si se explotase podría duplicar la cantidad de terreno arable que posee el país.
Pero falta el agua
«Esta zona tiene un potencial tremendo. En el Maule se podría hacer lo que se quisiera, son muy pocos los cultivos y variedades de especie que aquí no se dan. El límite es el palto, los cítricos y la uva de mesa que llega hasta Curicó, pero para todo el resto, es fantástico y queda mucho por hacer. Los olivos, los avellanos, las vides, los cultivos tradicionales como trigo, maíz y hortalizas. Hay muchos valles, sub valles, cajones que permiten hacer agricultura de alta intensidad y de alto valor». Quien habla con tanto entusiasmo es Fernando Medina, presidente de la Asociación Gremial de los Agricultores del Maule y dueño de un campo cerca de Sagrada Familia, al noroeste de Talca, donde produce arándanos y uva para vino para la compañía Miguel Torres.
Lo mismo ocurre en la Sexta. «El secano es una zona muy importante y hay razones geopolíticas para ocuparlo y desarrollarlo. Hay que aumentar la masa crítica de este sector en todo el país», sentencia Hernán Doberti, ex ganadero y ahora administrador del fundo Alcones en la zona de Marchigüe, a medio camino entre San Fernando y Pichilemu, con más de 5 mil hectáreas y donde se cultiva maíz dulce, se crían ovejas y hay bosques de pinos y eucaliptos.
Sacarle fruto al secano es el gran desafío de esta macrozona. Los agricultores consultados dicen que el gran freno es la ausencia de agua, lo que dicen se agrava con la amenaza de algunos de los cambios que se proponen al Código de Aguas.
Saben que lo que han logrado hasta ahora es digno de destacar. Considerando, como dice Medina, que Chile no es nada en términos agrícolas si se lo compara con Argentina; que posee la mitad de las tierras arables con las que cuenta Perú, y que, después de Nueva Zelandia, es el país del hemisferio sur con menor disponibilidad de tierras para cultivo agrícola.
Pero los empresarios lo han hecho y gracias a que hace 40 años se les dio una oportunidad y supieron aprovecharla, recalca Patricio Crespo, ex presidente de la SNA y dueño de un campo de 600 hectáreas donde produce maíz, ciruelas y viñas. «El privado tiene el dinamismo, la capacidad de adaptación y el compromiso de producir, enfrentar los problemas y la mejor prueba de eso es ver cómo está la región», afirma.
El segundo desafío de la región es el de la falta de mano de obra. Muchos entrevistados dicen que en los campos se están quedando los viejos y los jóvenes ya no tienen interés por cultivar la tierra. Eso los ha obligado a tecnificar al máximo los procesos de cosecha. Pero también les ha llegado un regalo inesperado, según cuenta Francisco Duboy, presidente de la Federación de Agricultores y de la Asociación de Productores y Exportadores de la Región de O’Higgins, con el arribo de los inmigrantes.
La lucha por el agua
Fernando Medina cree que el proyecto de una carretera hídrica propuesta por la Fundación Reguemos Chile es caro, pero viable. «Estamos hablando de 20 a 30 mil millones de dólares por todo el proyecto. Pero si uno ve lo que han hecho en España, en California, en Perú, hay que hacerlo pensando en los próximos 60 años, como un proyecto de Estado, tal como se hizo con la cuenca del Maule en 1947».
Se refiere al convenio firmado por Endesa dicho año y que estipula que todo lo que se hace con el río y sus afluentes sea destinado para riego y que los excedentes, si es que los hay, se destinen a generación.
Cuenta que los trabajos que hizo la entonces empresa estatal en la Laguna del Maule tenían por objetivo aumentar de 70 mil a 140 mil hectáreas regadas y que los esfuerzos de hacer el muro más grande, realizado 10 años después, tenían por fin alcanzar las 200 mil hectáreas regadas en 50 años. «Eso ya lo conseguimos con creces y hemos tenido que luchar varias veces para que no nos revoquen ese derecho. El Sexto Juzgado Civil de Santiago acaba de dar un fallo increíble en agosto, donde queda claro que esa agua es de riego y no de generación eléctrica como fin prioritario», explica.
El proyecto de la carretera hídrica, afirma, permitiría regar un millón de hectáreas más en el país, yendo desde la zona costera de la Novena Región a las áreas de secano de la zona central y las mesetas del desierto en Atacama.
Patricio Crespo sabe del tema del agua. «Desde 1970 que estoy metido en las aguas», dice. Hace 7 años que preside la Federación de Juntas de Vigilancia de la Sexta Región y que comprende 200 mil hectáreas regadas y 28 mil regantes.
Sostiene que este año no habrá problemas, pues ha llovido de manera casi normal, pero lo crítico es que ya no se acumula nieve y cada vez hay más escorrentía. «En invierno es muy poca el agua que se usa, es desde octubre hasta marzo cuando se requiere y es justamente en esa época en que la cordillera iba diluyendo el agua poco a poco. Ahora ese reservorio se achicó».
La solución está en construir más embalses. Detener el agua en las partes altas y guardarla para cuando sea necesario. Cuenta que el embalse Convento Viejo, sobre el estero Chimbarongo, funciona hace 10 años, pero riega solo en Colchagua. Han intentado extenderlo hasta Lolol, en el secano, pero las obras han ido más lentas de lo esperado, porque la inversión es cara. Agrega que están viendo alternativas para zonas que tienen riego de pozo y que están flaqueando en el extremo poniente de la provincia, como Marchigüe, Alcones y la precordillera de la costa.
«Hay mucho suelo que regar en la región. Habiendo una buena regulación podríamos ocupar aguas del embalse Rapel mediante un convenio con Endesa. Con eso se podría regar esa zona aledaña al norte y al sur. Incluso hay un proyecto circulando, pero es una iniciativa privada y aquí tiene que haber un proyecto público».
Es ahí donde empiezan los problemas, dice. Asegura que no existe voluntad política para sacar estos proyectos.
«El Estado apoya de la boca para afuera. Estos proyectos los usan más para sacar votos que para concretarlos. El mundo público no conversa con el privado, son muy reticentes a hablar con el privado, hay desconfianza», se queja.
Cuenta que en el caso de Convento Viejo, su construcción partió en 1960 y que hasta el día de hoy no están listas las obras anexas que permitirían regar más zonas. «De los 230 millones de metros cúbicos, estamos aprovechando los 30 millones que ocupamos los regantes del canal, todo lo demás se va al mar. Y el embalse está listo hace 10 años. ¿Tengo razón o no?».
Afirma que no hay una política de Estado que vea esto como un tema país y que cada vez que hay un cambio de gobierno, cambian las cúpulas, llega gente nueva, bien intencionada, pero sin conocimiento del tema, asegura. «Hace 4 o 5 años propuse llegar a Marchigüe con un canal que llevaba agua de Convento Viejo. Esa es una zona de rulo, hay 3 mil hectáreas plantadas con viñas que peligran y necesitan agua y hay 4 mil hectáreas susceptibles de regar. Para las elecciones llegaron todos los parlamentarios a ofrecer la extensión del embalse. Pasó la elección y nada. La política no está a la altura de los desafíos que tiene el país», sentencia.
El fundo Alcones, administrado por Héctor Doberti, se vería beneficiado con dicha obra. En él actualmente hay 5 mil ovejas que pastorean mediante un sistema de rotación de praderas para no gastar las tierras. Y pese a que en la zona hay muchas viñas, estas se riegan con pozos y la cuenca ya no tiene más para perforar.
«Nunca se ha hecho algo por el secano. Se podrían ampliar canales de Convento Viejo y traer agua, pero no se hace. Se podrían hacer curvas en las laderas de los cerros para que el agua escurra y poder regar, pero no se hace. Falta capital y le corresponde al Estado, con concursos especiales, construir esos canales. Hay un proyecto de traer agua de Convento Viejo hasta Marchigüe, pero no existe conciencia de la autoridad. Es problema de decisión política».
La creciente importancia del calibre
La Región del Maule siempre fue territorio de cultivos tradicionales, explica Fernando Medina. Salvo la zona de Curicó, Teno y Romeral, donde hubo un cambio generacional y llegaron capitales frescos, el resto se subió al carro de la industria frutícola recién hace unos 20 años. «En los últimos años agarró vuelo y hay un boom. Las avellanas partieron en 2001 y hoy ya hay 20 mil hectáreas plantadas, mientras que en el resto del país hay unas 30 mil. La superficie de maíz era de 120 mil hectáreas en el país y el Maule llegó a tener el 50%, hoy es de 30 mil. Pero todo cambió con el riego y se han ido metiendo manzanos, perales, uva de mesa, arándanos con mucha fuerza, nogales y cerezos».
Los cerezos han tenido un crecimiento explosivo de la mano del consumo de China. Se estima que el 80% de la producción nacional se va a dicho destino y los retornos son cada vez mayores. Pero es un mercado exigente. Y cada año pide frutos de mayor calibre. «En China el rojo es el color de la suerte, los regalos están envueltos en papel rojo, con una cinta roja y si adentro se encuentran con una cereza roja es el summum», cuenta Medina. Y agrega que cada vez se piden calibres mayores, de 16 mm al menos. «Hay agricultores que dejan el 60% de su producción colgada en las plantas, porque la de tamaño jumbo ya no tiene buen precio, hace 5 años se vendía muy bien, pero hoy si no es extra jumbo, no se compra».
Algo similar ocurre con los arándanos. El Maule es la segunda región en producción del país después de la Octava, con un tercio de las más de 15 mil hectáreas plantadas en el país. Chile es el primer exportador mundial, con más de 100 mil toneladas anuales. Perú está segundo en el hemisferio sur, con 26 mil toneladas. Pero hace 4 o 5 años su producción era prácticamente nula.
Jorge Pollmann posee una empresa exportadora -Niceblue- camino a Panimávida, cerca de Linares, junto a Germán Farr y Carlos Abujatum. También forma parte del directorio del Comité de Arándanos, entidad que agrupa al 80% de los productores del país.
Cuenta que han tenido que realizar cambios de variedades y utilizar nuevas tecnologías para adaptarse al mercado, al cambio climático y a la presencia de nuevos competidores.
Por ejemplo, han cubierto con mallas los árboles para buscar precocidad en el fruto y salir antes al mercado. El riego es 100% tecnificado y si no es así, no vale la pena, asegura. Pero el mayor problema son las heladas que afectan los primeros frutos, de agosto y septiembre, justo en momentos en que los peruanos ya están entrando con fuerza en el mercado chino.
«Pusimos control de heladas con agua que se le lanza por aspersión y con ello se provoca el efecto iglú, es decir, cubre la planta, se congela y crea un microclima entre el hielo y la fruta y así esta no se congela. Con una helada fuerte se puede perder un 50% de la fruta, pero con este sistema se llega solo al 5%. También se usan techos que permiten subir la temperatura un par de grados, y túneles que aumentan entre 2 y 3 grados», explica Pollmann.
Dice que están atentos a lo que sucede en Perú porque en pocos años han logrado aumentar su producción.
«Perú partió hace 4 o 5 años en terrenos arenosos, sin lluvia, con lo cual es mejor la guarda. La temperatura es alta, producen temprano y por el clima, la planta produce más. Sacan un buen calibre, con buena cera, pero la relación azúcar-acidez no es la mejor y por suerte para Chile, en China les gusta el azúcar. Han entrado a ese mercado, pero si llega fruta chilena los precios de Perú bajan enseguida».
El Comité de Arándanos se hizo cargo del tema del calibre y el año pasado subió de 10 a 12 milímetros el mínimo para exportar. Pero hay mercados más exigentes, como el de China, donde se exige sobre 14 milímetros. «Y ojalá mayor que eso, y hasta 16 milímetros en algunos casos», apunta.
Con estas exigencias, muchos productores se verán obligados a realizar un recambio de variedades, porque si no da el calibre tendrán que destinar sus frutos a congelados y con eso, el precio no da. «Entre un 10 y 15% debiera cambiar obligatoriamente», dice Pollmann. «De lo contrario no van a tener cabida en los próximos años».
La temporada pasada, Chile superó por primera vez las 100 mil toneladas exportadas de arándanos y para esta se espera una cifra superior. La duda que surge es si ello podría causar una saturación del mercado. Pollmann no ve posibilidad de que ello ocurra. Y eso que China ya cuenta con 60 mil hectáreas plantadas de arándanos y han venido a Chile a aprender sobre su cultivo. «El mercado chino da abasto. Ellos funcionan con anillos que se van abriendo al consumo del producto. Parte en la costa y luego se adentra al interior del país. Esos precios debieran ser más bajos, pero se mejorará el volumen de venta», explica.
El Comité de Arándanos realizó un estudio en el mercado europeo, sobre la calidad de la fruta comparada con otros productores. El resultado arrojó que en cuanto a sabor, Perú tuvo una buena evaluación, pero su nivel de acidez fue muy alto. La fruta de Argentina fue consistentemente mal evaluada, y la de Marruecos y España, que arriba al término de la temporada chilena, fue consistentemente bien evaluada. «El mayor desafío de Chile está en la variabilidad y en la firmeza, especialmente hacia el final de la temporada», concluye el estudio.
Entre los productores existe preocupación por la calidad y uniformidad de los envíos y porque se cumplan los requisitos del mercado. «China tiene un potencial extraordinario, pero no estamos solos. Todo el mundo mira a China, con muy buena tecnología. Australia, Sudáfrica y Nueva Zelandia nos tienen con el ojo en la mira. Los europeos trabajan en conjunto, en cooperativas y yo no puedo entender cómo Chile no enfrenta los mercados como país», acusa Fernando Medina.
Dice que la marca Chile cada quien la usa como quiere, mientras que en Nueva Zelandia todos los kiwis son certificados por una empresa y así se asegura la calidad. «¿Por qué no hacemos nada? Somos los privados los que tememos que hacerlo. Acabo de hablarle a Ronald Bown sobre este tema. Y no quiere decir que exportemos todos con una sola empresa, sino que comprometerse con que si una caja dice categoría 1, adentro haya categoría 1 y que no haya mermelada», espeta. Y agrega que lo ideal es que debiera ser el Estado, en protección de la marca Chile, el que genere una norma de etiquetado que sea cumplida. Así como hay prohibición de exportar frutos con lobesia o chanchito blanco, que sea el SAG el que diga si se cumple la norma y que diga que tal caja no puede salir del país.
Nueva mano de obra
Al igual que en otras regiones del país, la escasez de mano de obra y la falta de interés de las nuevas generaciones por trabajar en el campo son temas que preocupan.
Francisco Duboy dice que los jóvenes hoy trabajan solo dos días en una cosecha; ganan algo de plata y la dejan. Afirma que la composición de las familias ha cambiado y que los hijos viven con los padres, donde tienen de todo, así que solo trabajan para satisfacer sus gustos. Por ello, ve a los inmigrantes como los salvadores.
«Nos encontramos de repente que no teníamos gente para trabajar y por esas cosas que provee Dios empezaron a aparecer los inmigrantes. Y un problema que se nos venía como tremendo, de repente desaparece. Ellos están haciendo la pega», sentencia.
Pero no ha sido tan fácil. Han tenido que destinar tiempo a enseñarles el oficio y en algunos casos se topan con la barrera idiomática, con los haitianos. En general, en el caso de estos últimos, si bien desconocen las labores del campo, aseguran que demuestran buena disposición para aprender y son muy trabajadores.
El inconveniente es que solo pueden contratar a los que tienen sus papeles al día. Duboy dice que en su zona usan una carta que la gobernación les entrega a los migrantes donde se dice que sus documentos están en trámite. Con eso basta. Pero se requiere más. La nueva ley de migrantes propuesta por el Gobierno establece subir de 15% a 25% el máximo de inmigrantes que puede contratar una empresa. En el campo quieren que sea más de 30%, porque la mano de obra escasea.
Más allá de eso, Fernando Medina dice que es urgente que se apruebe el estatuto laboral agrícola, porque en el campo las exigencias son diferentes. «De acuerdo a la norma actual, hay dos turnos y no puede ser que tenga un horario en el contrato y para cambiarlo deba avisar con 30 días de anticipación. Acá se trabaja con emergencias. A veces hay que adelantar la cosecha y empezar a trabajar más temprano, pero la ley me lo impide».
El otro inconveniente es que los contratistas se han convertido en los negociadores laborales de los trabajadores del campo. Cuentan que cada vez hay más personas que trasladan trabajadores en camionetas y que van ofreciendo mano de obra al mejor postor, cobran por su traslado y son capaces de llevarse una cuadrilla si es que hay una mejor oferta en otro campo, y dejar a un agricultor sin trabajadores.
Medina trabaja con inmigrantes y cuenta con más de 100 haitianos que, según dice, se desempeñan muy bien. Particularmente las mujeres, ya que para la cosecha de arándanos necesita manos más delicadas.
«Le pregunté al chofer qué pasó y me dijo: ‘Abrí la puerta y se llenó, no pude detenerlos»‘.
La oferta no escasea. Medina cuenta que en una ocasión avisó que necesitaba 50 mujeres para cosechar los arándanos. Llegó una micro con más de 150.
Fuente: El Mercurio
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