Turberas: la necesidad de proteger estos singulares humedales para que ayuden a mitigar la crisis climática

Estos ecosistemas constituyen verdaderas “esponjas” que almacenan agua y carbono, incluso las turberas originadas tras la tala o quema de bosques. Pese a su relevancia, no han sido lo suficientemente protegidas de la sobreexplotación de musgos o de la presencia del ganado, mientras un estudio reafirma que su conservación es clave para que absorban más CO2.

Fue en el extremo norte de la Isla Grande de Chiloé, en la Región de los Lagos, donde un bosque fue devastado por un siniestro cuyas causas siguen siendo un misterio. De acuerdo con algunos testimonios, ocurrió hace más de 100 años, tratándose probablemente de un incendio forestal que modificó abruptamente el paisaje.

Desde ese entonces, la biodiversidad de la zona comenzó a recuperarse de forma paulatina, convirtiéndose más tarde en 16 hectáreas de una turbera, un tipo de humedal escaso en Chile, donde los suelos se inundan por las abundantes precipitaciones y la falta de drenaje, siendo colonizados por distintas especies de musgos, a menudo pertenecientes al género Sphagnum.

Hace un par de décadas, una parte de esta turbera antropogénica – denominada así por haber nacido a partir de una perturbación humana – quedó bajo el resguardo de la Fundación Senda Darwin, en un área protegida privada donde se realiza investigación, mientras la otra porción permaneció en un fundo vecino, destinado al pastoreo y a la extracción de musgo. Esto motivó a un grupo de científicos a estudiar cómo la diferencia de usos en un mismo lugar influye en el ciclo del carbono, un aspecto poco investigado en el país, y cuyos resultados fueron publicados en la revista Wetlands Ecology and Management.

Créditos: Ariel Valdés en turbera estudiada.

Fue en el extremo norte de la Isla Grande de Chiloé, en la Región de los Lagos, donde un bosque fue devastado por un siniestro cuyas causas siguen siendo un misterio. De acuerdo con algunos testimonios, ocurrió hace más de 100 años, tratándose probablemente de un incendio forestal que modificó abruptamente el paisaje.

Desde ese entonces, la biodiversidad de la zona comenzó a recuperarse de forma paulatina, convirtiéndose más tarde en 16 hectáreas de una turbera, un tipo de humedal escaso en Chile, donde los suelos se inundan por las abundantes precipitaciones y la falta de drenaje, siendo colonizados por distintas especies de musgos, a menudo pertenecientes al género Sphagnum.

Hace un par de décadas, una parte de esta turbera antropogénica – denominada así por haber nacido a partir de una perturbación humana – quedó bajo el resguardo de la Fundación Senda Darwin, en un área protegida privada donde se realiza investigación, mientras la otra porción permaneció en un fundo vecino, destinado al pastoreo y a la extracción de musgo. Esto motivó a un grupo de científicos a estudiar cómo la diferencia de usos en un mismo lugar influye en el ciclo del carbono, un aspecto poco investigado en el país, y cuyos resultados fueron publicados en la revista Wetlands Ecology and Management.

“Las turberas son importantes porque guardan mucho carbono. A nivel mundial, por ejemplo, almacenan un tercio del carbono que hay en los suelos, a pesar de que cubren alrededor de un 2,8% de la superficie terrestre del planeta. Lo que nosotros vimos es que la turbera estudiada, en especial la zona conservada, está capturando CO2, ayudando de esa forma a mitigar el cambio climático”, indica Jorge Pérez Quezada, científico del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y profesor de la Universidad de Chile.

El investigador de la Wildlife Conservation Society (WCS), Ariel Valdés, detalla que “el sector de la turbera donde se está haciendo conservación se comporta como sumidero de carbono, es decir, secuestra más de lo que emite. En el otro lado con uso extractivo, la turbera también actúa como sumidero, pero captura apenas un 25% de lo que puede el sector que es protegido. Estos resultados dan cuenta del estado del ecosistema y del efecto que pueden tener las actividades humanas en el balance de carbono a nivel local.”

De esta manera, el estudio coincide con otras investigaciones cuyos resultados evidencian que las turberas en estado prístino o poco impactadas suelen almacenar más CO2, lo que se ve alterado por el estrés de la sequía o la perturbación humana. Ya se ha observado en el hemisferio norte, donde se concentra alrededor del 90% de las turberas del mundo, que el aumento de la temperatura y la disminución de las precipitaciones provocan que estos humedales liberen más CO2.

En el caso de Chile, no están libres del impacto humano y de la crisis climática. Para hacerse una idea, la utilización del Sphagnum como sustrato hortícola ha provocado la recolección de grandes volúmenes de este musgo, sumado al pastoreo y pisoteo de ganado que ingresa a las turberas debido a la falta de cercas que impidan su acceso.

Además, se prevé que las precipitaciones disminuirán entre un 10 y 20% en la Patagonia chilena, y que la temperatura media aumentaría de 1 a 3 °C entre los años 2071 y 2100.

No obstante, su importante papel en la captura de carbono no sería el único beneficio ecosistémico que podría verse afectado.

Juan Luis Celis, investigador del IEB y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, añade que estos humedales “tienen un rol muy importante en el ciclo hidrológico, ya que ayudan a la retención de agua, como la de las lluvias. La vegetación de las turberas, además de otros organismos que la habitan, contribuyen a filtrar el agua, por lo que aportan tanto a la provisión como a la mejor calidad de este recurso”.

Esto no es menor si consideramos que varias localidades de la Región de Los Lagos se han visto afectadas por la escasez hídrica estival.

El renacer tras la adversidad

En el sur de Chile, los bosques han sido degradados y transformados por la tala e incendios forestales, lo que ha generado, en algunos sitios, un mosaico de matorrales y turberas antropogénicas. “En su mayoría, las turberas del norte de la Isla de Chiloé son de origen humano, producto de la deforestación o desmonte del bosque”, puntualiza Celis.

A pesar de estos impactos en la región, alrededor del sitio de estudio se mantiene un bosque antiguo que posee entre 300 y 400 años.

Tanto la turbera como ese bosque han sido monitoreados por una torre de tres metros y otra de 42 metros, respectivamente, que forman parte de un equipo de alta tecnología que mide de forma directa las emisiones y el flujo de CO2 entre estos ecosistemas y la atmósfera.

Equipo para medición de flujo de CO2 entre la turbera estudiada y la atmósfera. Crédito: Ariel Valdés

Esto les ha permitido comparar, constatando que la turbera antropogénica fija menos carbono que el bosque, el cual contiene, además, mucho más CO2 acumulado por su edad. “La turbera tiene 130 toneladas, y el bosque alrededor de 1.068 toneladas por hectárea”, precisa Pérez Quezada.

No obstante, la contribución de la turbera sigue siendo relevante, en especial en la zona conservada donde no solo es habitada por musgos, sino también por helechos y arbustos, lo que ha incrementado su nivel de captura de carbono.

Lo anterior difiere de la vegetación del sector utilizado para la ganadería y extracción de musgo. “Es curioso, porque hay una mayor diversidad de plantas en el lado perturbado, pero principalmente de especies exóticas que han sido transportadas por el ganado desde otros lados, cuando les dan fardos, por ejemplo”, agrega el académico de la Universidad de Chile.

Asimismo, la turbera conservada por la Fundación Senda Darwin se ha transformado en una fuente de alimentos de fácil acceso para animales nativos como aves y pudúes.

Valdés destaca que “en este tipo de ecosistemas también se dan especies de plantas carismáticas como Drosera uniflora”, planta carnívora conocida también como “rocío del sol”, además de orquídeas y una gran diversidad de musgos y líquenes.

Por ello, los investigadores aseguran que, ya sean turberas de origen natural o humano, ambas son importantes de conservar y restaurar por las contribuciones que entregan en este contexto de crisis climática y cambio global.

Coinciden en la necesidad de regular la extracción de musgo, ya que, si se realiza de forma controlada y supervisada por un especialista, no solo se aseguraría el sustento económico para las personas, sino también la persistencia de este ecosistema en el tiempo.

En efecto, como resultado del trabajo conjunto entre la comunidad científica y el Estado, comenzó en agosto pasado la aplicación del Decreto 25 de 2017 – publicado en el Diario Oficial en febrero de 2018 – mediante el cual el Ministerio de Agricultura establece medidas para la protección del musgo Sphagnum magellanicum, conocido popularmente como pompón. Para tal fin, se deberá presentar un plan de cosecha ante el Servicio Agrícola y Ganadero, el cual podrá aceptar o rechazar la solicitud basándose en una serie de requisitos, algo que valoran los investigadores, quienes esperan que se fiscalice para su real cumplimiento.

También se necesitan otras acciones como la restricción del ingreso del ganado a estos lugares, y la realización de actividades que promuevan su conocimiento y valoración, como el turismo y jornadas de educación ambiental, aprovechando su singularidad paisajística.

“Estos ecosistemas son muy extraños, tienen una estética y belleza escénica muy particular. Es muy distinto a los otros tipos de humedales que la gente conoce, así que presentan un potencial turístico muy grande”, remarca el científico de la WCS.

Para avanzar en la protección y restauración de las turberas, así como en sus potenciales aportes en el desarrollo científico y tecnológico nacional, se requiere más investigación. Valdés cuenta que “hay casos de experiencias positivas en la recuperación de estos ecosistemas en otros países, sin embargo, se desconoce si esto es posible en Chile, entonces es muy importante estudiarlas”.

En el caso concreto de las turberas de origen humano, Celis subraya que “pese que pueden ser un sumidero de carbono, su rol es mucho menor al del bosque que había allí, originalmente, por lo que nuevamente se resalta la importancia de proteger el bosque en este sentido último”.

Pérez Quezada concuerda: “Ahora que se discute cómo hacer mitigación en miras de la próxima COP25, es importante recordar la necesidad de proteger aquellos lugares que ya tienen mucho carbono acumulado, como los bosques templados y las turberas. Podemos preocuparnos de capturar carbono, por un lado, pero seguiremos perdiendo por el otro si seguimos destruyendo estos ecosistemas. Es extremadamente importante conservarlos”.

Fuente
Codexverde

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