Los rubros y proyectos que transforman a Biobío y La Araucanía

El fuerte crecimiento de la superficie con frutales en los últimos diez años, que se acerca a las 15 mil hectáreas en ambas regiones, y la llegada de nuevas especies, como cerezos y avellanos, amplían el mapa productivo. 

Las obras para construir la nueva planta industrial de avena de Agropel, en Lautaro, al norte de Temuco, avanzan rápido. Comenzará a procesar unas 2.500 toneladas mensuales del cereal en agosto, casi tres veces más que las instalaciones que tuvo durante 17 años la familia Fernández en ese lugar, desde donde exporta avena pelada, hojuelas y harina a más de diez países.

A través de la ventana de su oficina, a pocos metros de la construcción, Gastón Fernández Rojas, socio y gerente de la empresa que lidera junto a sus cuatro hermanas en La Araucanía, mira con una sonrisa los avances. Dice que recién en tres años más podrán operarla a plena capacidad, ya que con la producción propia -que esta temporada suma 1.500 hectáreas- solo abastecerán el 25% y el resto lo comprarán a otros agricultores. También dice que la integración vertical en este grano, desde la siembra a la exportación, partió con una crisis.

«El año 2000 la avena no valía nada, como está ocurriendo este año, y tuvimos que pensar qué hacer con ella. Junto con otros agricultores, decidimos exportarla a Perú sin procesar, y fue un mejor negocio. Ese mismo año compramos una planta chica, usada, y desde ese momento no hemos parado de exportar«, recuerda, y añade que entre sus planes está sumar otra planta para envasar avena en formatos pequeños, y exportarla con las marcas de sus clientes.

El empresario también proyecta aumentar sus 84 hectáreas de arándanos, que comenzó a plantar en 2004, y llegar a 100 hectáreas en los próximos años, para consolidar la capacidad de la exportadora Berries San Luis, que formó en paralelo al negocio de la avena y con la que comenzó a enviar directo su fruta hace cuatro temporadas.

«En estos negocios, con cada intermediario vas perdiendo. Y, como teníamos la exportación de avena, sumar los arándanos ayudó a bajar los costos, porque pude integrar los dos negocios«, afirma, mientras revisa cómo avanza la cosecha en el huerto del fundo El Pedregal, que el año pasado ganó el concurso Campo del Año de Anasac en La Araucanía.

Con cuatro mil hectáreas en cultivos anuales, papas y arándanos, el modelo de integración de Gastón Fernández es uno de los ejemplos de cómo los nuevos rubros paso a paso están cambiando la cara de la zona y refleja parte de sus cambios en la última década, donde la superficie con avena creció 77% entre 2006 y 2016, y las plantaciones de frutales casi se triplicaron (ver infografía), pese a los conflictos que han marcado las actividades agrícolas y forestales de La Araucanía en ese período.

A ellos se suman proyectos en avellanos europeos, cerezos y nogales en la región y el sur de la Región del Biobío, además de la incorporación de nuevas iniciativas en cereales e, incluso, viñedos, que están diversificando el mapa productivo de una zona donde reinaban el trigo y los bosques.

Atreverse con las cerezas

Patricia Aguilera nunca imaginó que se dedicaría a producir cerezas. Es profesora y, hasta 2013, cuando falleció su padre, llevaba 32 años haciendo clases en el colegio San Francisco de Asís de Angol, en la Región del Biobío. Ese año se hizo cargo de un campo ganadero que heredó casi en el límite con La Araucanía y, al ver que costaba llegar a cifras azules con esa actividad y la siembra de cultivos anuales, decidió plantar frutales.

«No me gustaba el campo. Me sentía muy segura haciendo clases, me sentía muy mayor para cambiar de rubro y no tenía idea de cerezos, pero sabía que no quería vender el campo, que la fruticultura está avanzando al sur y que era mucho más rentable, así es que me decidí a plantar en 2014«, comenta, mientras recorre su huerto de 30 hectáreas plantadas con la variedad regina, que cosechó por primera vez esta temporada.

Su huerto es parte de las 316 hectáreas de cerezos que existen actualmente en el Biobío -sin considerar la superficie de la nueva Región de Ñuble- y que en conjunto con La Araucanía suman poco más de mil hectáreas, casi el triple de lo que existía en 2006 en ambas zonas.

Si bien Patricia Aguilera admite que el cambio de la sala de clases al campo no fue fácil, afirma que hoy está enamorada de su nueva actividad y que quiere llegar a las 50 hectáreas en los próximos años. Para aprender asegura que ha sido clave asesorarse bien, tanto con su hermano Ricardo -productor y exportador de cerezas, y ex gerente de viveros Copequen- como con el Grupo de Transferencia Tecnológica (GTT) que se formó el año pasado en Angol, donde participa junto a 15 agricultores, casi todos nuevos en el rubro.

«Yo quiero seguir superándome. Con el grupo de productores tenemos que llegar a tener nuestra exportadora, tenemos que ir a ver otros huertos a Alemania y cómo reciben nuestros contenedores en China, porque con esas experiencias aprendes«, dice.

Diversificación con avellanos

Faltan pocos días para la cosecha de trigo en la precordillera del sur del Biobío, cerca de Mulchén, y las espigas doradas brillan entre cerros de eucaliptos y pinos. En medio de ellos, en una zona de secano y casi despoblada, las 150 hectáreas de avellanos que comenzó a plantar Cristián García junto a su padre el año pasado parecen un espejismo, aun cuando en esa región hay casi 400 hectáreas del fruto seco, y más de 4 mil en la vecina Araucanía.

El agua fue la clave para plantar esos árboles. Si bien es una zona lluviosa y con ríos caudalosos, buena parte de los campos solo tienen posibilidades de riego con aguas subterráneas, ya que no existen embalses ni sistemas de canales de regadío que los beneficien.

«Cerca de este campo pasa el río Bureo, pero está unos 100 metros más abajo, por lo que para nosotros no es viable obtener agua, por el costo que tendría. Tuvimos la suerte de hacer pozos y encontrar agua, que nos dan unos 70 litros por segundo y nos permiten tener esta superficie de frutales«, explica Cristián García, mientras detalla que plantó las variedades yamhill y giffoni y que le gustaría crecer más en superficie.

Además del proyecto familiar, tiene otras 27 hectáreas de avellano europeo en un campo cercano, con el que crecerá hasta llegar a 50 hectáreas este año, en terrenos que hasta ahora son forestales. La decisión se debe a que, según Cristián García, los bosques hoy son más rentables que los cultivos tradicionales, pero el avellano es mucho más atractivo.

«En un momento los eucaliptos eran la mejor alternativa que teníamos en esta zona, pero hoy ya no. Una vez que se cosechan, el costo de destroncar para plantar avellanos no es tan grande y se va a pagar con creces. Varios amigos ya lo han hecho y no es una locura«, afirma.

También cree que el avellano es una buena opción para que los agricultores tradicionales entren a la fruta, porque no es tan intensivo como otras especies, es mecanizado y a futuro pueden usar la infraestructura de guarda de cereales para las avellanas.

«Con esto también se abre el apetito y nos dan ganas de plantar otras especies que tienen aún más rentabilidad, como nogales o cerezos, y creo que vamos a hacer algunas pruebas«, proyecta Cristián García.

Manzanas con sello mapuche 

A mediados de 2015, las 48 familias de la comunidad mapuche Antonio Rapimán recibieron de la Conadi el fundo La Montaña, unas 490 hectáreas en la comuna de Perquenco, plantadas con 79 hectáreas de manzanos y 140 de menta piperita, donde hoy también cultivan trigo y lupino.

Para seguir trabajando el campo, 40 familias de la comunidad formaron una cooperativa con el mismo nombre y ya llevan dos temporadas en las que han seguido exportando manzanas, como proveedores de la empresa San Clemente, y extracto de menta a Estados Unidos, gracias a los préstamos que logró conseguir la líder de la cooperativa, María Rapimán.

«Como comunidad, en ninguna parte nos dan crédito, porque tenemos que acreditar patrimonio y estas tierras no se pueden hipotecar. Pero encontré un vacío legal en los derechos de agua, con lo que pude prendar los derechos de cinco litros por persona, de todos los miembros de la cooperativa, y con eso lo conseguimos«, comenta María Rapimán, y detalla que con esos fondos pudieron comprar insumos y pagar la mano de obra para continuar en el negocio de las manzanas.

Junto con eso, comenzaron a vender la fruta que no califica para exportación a la Junaeb y tienen planes de producir su propio jugo -en un primer intento el año pasado fracasaron, porque requería de una inversión de $180 millones-, junto con iniciar un proyecto de cinco hectáreas de cerezos, algo que aún no han estudiado en detalle.

«Lo que debería hacer la Conadi es que, si compra terrenos, se entreguen acompañados con un desarrollo productivo, porque si no fuera por nuestra perseverancia, no podríamos haber seguido. Esto es una mina de oro, está todo lo que uno quiera para producir, pero sin recursos no se puede echar a andar«, plantea María Rapimán, aunque la entrega puntual de ese campo fue cuestionada, ya que la comunidad no pertenece a Perquenco, sino que a la comuna de Padre Las Casas.

Fuente: Revista del Campo

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